domingo, 12 de abril de 2009

Obras de arte: Maneras de mirar el mundo

Comentario de las obras La transfiguración del lugar común, Arthur Danto, y El círculo del arte, George Dickie.

Torso de Apolo Arcaico, Museo del Louvre.



TORSO DE APOLO ARCAICO


No conocemos la inaudita cabeza,en que maduraron los ojos. Pero

su torso arde aún como

candelabro
en el que la vista, tan sólo
reducida,
persiste y brilla. De lo contrario,

no te
deslumbraría la saliente de su

pecho,

ni por la suave curva de las

caderas viajaría

una sonrisa hacia aquel punto

donde colgara el sexo.

Si no siguiera en pie esta piedra

desfigurada y rota

bajo el arco transparente de los

hombros

ni brillara como piel de fiera;

ni centellara por cada uno de sus

lados
como una estrella: porque aquí

no hay un sólo

lugar que no te vea. Debes

cambiar tu vida.

R.M. Rilke

George Dickie (Palmetto, Florida; 1926) es un Profesor Emérito de Filosofía de la Universidad de Illinois en Chicago y uno de los más influyentes filósofos de arte. A él debemos el texto El círculo del arte, publicado en la editorial Paidós para la edición española. Esta obra data de 1984.
Arthur Coleman Danto (1924) es un reconocido crítico de arte y profesor de filosofía de los Estados Unidos. Danto es conocido por su trabajo en Estética Filosófica y Filosofía de la Historia, aunque ha contribuido significativamente a diferentes campos. Sus intereses abarcan, entre otros: el Sentimiento, la Filosofía del Arte, las Teorías de la Representación, o la Psicología Filosófica. Arthur Danto es un crítico de arte de "The Nation", y el también ha publicado numerosos artículos en otros diarios. Además, es un editor del "Diario de Filosofía" y un editor colaborativo del "Naked Punch Review and Artforum". En crítica de arte, ha publicado algunas colecciones de ensayos, que se pueden ver en el link web que incluye esta introducción.
De Danto analizaremos la obra La transfiguración del lugar común, Traducción de Ángel y Aurora Mollá. Paidós. Barcelona, 2002.






Los textos citados parten de una idea común para definir el arte: la premisa que Platón enunciara en su obra La República afirmando que el arte es imitación. Aunque definir el arte no fuera para el filósofo griego el interés principal de su obra, dedicó una parte a esta afirmación, para desarrollar sus planteamientos de la distribución de la sociedad. Dickie, al comienzo de su texto, comentará de esa afirmación platónica que como definición es parcial, ya que se trata de una identificación y como tal, no funciona en todos los casos.

A lo largo de su discurso, Dickie tratará de evaluar tal premisa, alegando diversas causas por las que no se debería tomar como definición válida, y señalando que sin embargo, así ha sido aceptada durante los sucesivos siglos de su gestación. En El círculo del arte, el autor asegura que el método de definición de Platón no es práctico, pero ha sido tan persistente que se detiene a analizar por qué ha tenido tanta repercusión la idea de arte como imitación.

Partiendo de que no hay ninguna condición o conjunto de condiciones imprescindibles para que algo sea arte (:no hay ninguna esencia que compartan todas las obras de arte –Pág. 16), Dickie plantea la idea de formalizar una nueva teoría (ya planteada, parece ser, en su anterior obra, Art and the Aesthetic), a la que llama La teoría institucional del arte, con la que se llegue a entender la obra de arte como resultado de la posición que ocupan dentro de un marco o contexto institucional, es decir, concebida como el objeto de contemplación de una sociedad, de un contexto, de la institución que conforma el arte.

De ahí que el autor del texto alcance a considerar que ser obra de arte es un estatus (Pág. 21). Esto es particularmente interesante, ya que, según esta noción contextual en la que la sociedad tiene un gran peso, es lógico que la obra de arte vaya requiriendo la aceptación generalizada para adquirir estatus.

Otro de los dilemas que se esbozan en el texto –a mi juicio el más interesante-, es aquel que se centra en la distinción entre la obra de arte y el mero objeto (término más empleado por Arthur Danto en La transfiguración del lugar común, pero al que también Dickie le tiene cierto apego). Y es que hay, a parte de éste, un nexo común entre ambos escritores en sus diversas teorías: la afirmación de que las obras de arte se sitúan en un marco o contexto.

Si, como dicen ambos, es complicado -dada la situación actual en el arte- establecer la diferencia entre una obra de arte y un objeto cualquiera, deberemos atender al contexto en el que uno y otro tienen lugar para poder concluir cuál es arte y cuál no.


Se entiende entonces que el contexto es el que resuelve el conflicto, y el que finalmente decide qué es arte. Independientemente de nuestras convicciones, esto es lo que defiende George Dickie. Es comprensible que afirme después que se deben considerar seriamente los desarrollos en el mundo del arte, porque el mundo del arte es su dominio principal y los desarrollos que se dan en él pueden ser particularmente reveladores (Pág. 25).

Pero, ¿de dónde viene ese interés por descartar lo que no es arte? Parece correcto decir que el interés de formalizar tal distinción se debe a que hay una pretensión por dar al arte ese estatus del que antes hablábamos. No es sólo que la obra de arte vaya adquiriendo una posición concreta en la sociedad, sino que además es lo que se procura que consiga.

Por eso en este punto Dickie habla de la circularidad que se genera en torno al tema.

¿Es el trabajo hecho al crear un objeto sobre el trasfondo del mundo del arte el que constituye ese objeto en obra de arte? (Pág. 24)

Lo que hay que destacar del interés por distinguir el arte es que aunque esta práctica esté al alcance de casi todo el mundo, está claro que no cualquier cosa puede ser arte. Para explicar esto y hacer posible la diferencia se precisa una teoría del arte que nos dé los preceptos que debe cumplir una obra para adquirir la categoría de artística. Esta teoría nos permitirá además reflexionar acerca de lo que es buen arte y otras subclases de las obras de arte que merecen ser discutidas.

En el siguiente capítulo de El círculo del arte, George D. hace un repaso a los escritos de Arthur Danto concediéndoles la distinción que valen. Será en este capítulo donde veamos las similitudes y diferencias más asentadas entre la teoría institucional de uno y las oposiciones del otro.

Aun con todo, le atribuye a Danto el Renacimiento de la Teoría, tal vez porque como en su texto apreciamos, introduce reflexiones hasta ahora olvidadas por la teoría del arte generalizada.

Sin embargo, el propio autor -como veníamos diciendo- es el que establece las diferencias entre la teoría institucional que afirma y la que por otra parte sostiene Danto. Este último es partidario de la idea de que no siempre podemos identificar las obras de arte. De hecho, en la Transfiguración del lugar común, Danto, con un claro ejemplo de obra de arte como objeto cotidiano descontextualizado (ese supuesto artista al que llama J., cuyas obras no son más que enseres habituales del hogar o de la calle llevados a la sala de exposición) trata de explicar la “injusticia de rango” que se da cuando un mero objeto pasa a ser obra de arte.

Danto contribuye al discurso de Dickie asistiendo a las cuestiones que este se plantea. En un momento dado, Arthur Danto alega que su única preocupación es investigar cómo se accede a la categoría de obra de arte (Pág.- 29, La transfiguración del lugar común, Capítulo I: Obras de arte y meras cosas). Así resume brevemente lo que va a exponer a lo largo de los capítulos que nos toca comentar.

Tras analizar los aspectos emotivo y contextual que tratan de justificar la distinción entre obra de arte y objeto cotidiano, comenta que la teoría del arte tiene dificultades para distinguir entre obras de arte y otros paradigmas de cosas que expresan sentimientos pero no son obras de arte, que […] tampoco podemos sobreestimar la medida en que el contexto penetra en la intención (extraído del artículo Analytical Philosophy of Action, Arthur Danto para el Cambridge University Press, 1973, ix) y que la condición de indiscernible no sirve para fundamentar una buena teoría del arte –rebatiendo las palabras de Wittgenstein- (Pág. 28).

De los juicios que estos autores hacen se puede deducir que además de la intención del artista, el contexto en que tiene cabida la obra que se genera, o lo que ésta es capaz de evocar en el espectador, existe otro aspecto que cabe tener muy en cuenta para distinguir la obra de arte: el juicio estético. Junto con éste, la valoración crítica hace del objeto habitual una obra de arte en cuanto que se contempla como algo más. Cabe destacar que en todo el discurso que estamos debatiendo no sólo atendemos a las buenas obras de arte, a las grandes obras maestras, sino a todos los artefactos que conciernen a la teoría del arte (Pág. 27, El círculo del arte, G. Dickie).

De esta forma nos hacemos conscientes de que hay tipos de obras que son difíciles de clasificar por su contenido y su estética. Las valoraciones que hacemos de tales obras contribuyen a menudo a comprender por qué son acciones artísticas. Danto razonará más adelante (en la pág. 38) que puede haber casos en los que sería equivocado adoptar una actitud estética. A mi parecer, este enunciado complica aún más la tarea que tenemos de señalar la diferencia entre los objetos artísticos y el resto.

En el dilema que se había generado a raíz de la afirmación de arte como imitación, Danto aporta su perspectiva sobre el tema, objetando que si el objetivo del arte hubiera sido en algún momento la copia fidedigna de la realidad o la mímesis, sólo hubiera bastado con colgar un espejo que reflejara lo pretendido en la sala de exposición, como haría J., el artista que Arthur nos pone de ejemplo.

La transfiguración del objeto común en mirada estética, aun careciendo de sentido en cuanto tal, expresa en su desnudez lo que, de acuerdo con Danto, las obras de arte ya eran desde el principio: no ventanas sino espejos”. (Sublimes trivialidades. José Luís Pardo, Babelia. 22-VI-2002)


Un profesor nos dijo una vez en clase que hacer arte debe parecer sencillo a quien observa la obra, para que no diese la impresión de ser algo artificioso y complicado y por tanto, ininteligible. No debe parecer algo realizado con mucho esfuerzo –aunque detrás lo tenga-. Lo que maravilla al espectador es la -aparente- sencillez de la factura de la pintura, la naturalidad con que está tratada la pieza de bronce, o la simpleza con que se ha tratado un material de enormes dimensiones, para crear obras de arte magníficas. Por eso, si el arte sólo pretendiera ser imitación, no solicitaría los medios plásticos/artísticos, sino que acudiría a medios existentes que no requieran tanto esfuerzo.


“[…] no tenía el menor sentido aproximarse a la realidad mediante un arduo ejercicio académico cuando existe la posibilidad de aislar fragmentos de ella e incorporarlos simplemente a nuestras obras, alcanzando de inmediato algo a lo que la mano académica más dotada ni siquiera podría aspirar.” (Pág. 31, La transfiguración del lugar común, Cap. I. Arthur Danto)




Danto destaca un aspecto al que Dickie no hace alusión, que se refiere a la función del espejo (o de la obra de arte como imitación) en tanto que modo de autorreconocimiento. Cuando la obra de arte aparentemente sólo pretende mostrar la habilidad de la copia, debe existir en el trasfondo de ésta una intención más profunda: la de hacer consciente al espectador de esa realidad. Con esto quiere llegar a decir que “incluso el parecido entre pares de cosas, no convierte a una en imitación de la otra” (Pág. 38). Esto es porque las imitaciones siempre se contrastan con la realidad. Quizá sea una manera de justificar esa diferencia o contraste que resulta. Pero aun con esto, establecer la diferencia entre una obra de arte y una cosa real es lo que permite el placer del amante de arte, según Danto.

A pesar de todo, es Arthur D. quien señala que Platón lo que apuntó no fue que el arte sea mímesis, sino que el arte mimético era pernicioso. Y si es pernicioso es porque “el arte mimético representa la posibilidad permanente de ilusión” (Pág. 43). Así, una falsa creencia es una creencia, como un mero objeto es una obra de arte. Esto sucede porque el sentido final de imitación es al fin y al cabo el de representación, ya sea por el sentido de aparición (relación de identidad) o por el de encarnación (relación de designación).

Pero se puede entender que el propio concepto de mímesis, como dice Danto, se funde con la voluntad de inducir a la ilusión. Lo que hay que tener siempre presente llegados a este punto es que en ocasiones será muy necesario que el material artístico –el material plástico, el marco del cuadro al exponerlo, la peana de la escultura, etc.- sea perfectamente visible o presente para que no dé lugar a la confusión que estamos tratando.

Finalmente, cabe decir que lo importante del arte para Danto es que se desmarque de todas estas confusiones que es capaz de crear, porque supone que lo interesante del arte es que aporte algo nuevo, no que sea la mera mímesis de la realidad: “el artista no es un imitador fallido, como el inepto imitador de cuervos; sus intenciones van por otro lado” (Pág. 56, Arthur Danto, La transfiguración del lugar común).

Las conclusiones nos llevan siempre al punto de partida que señalaba Dickie: una obra de arte lo es si satisface ciertas condiciones definidas institucionalmente, sean estas, intencionalidad y forma significante.

La paradoja será siempre inevitable mientras nos empeñemos en definir el arte en términos de objetos que se comparan con los objetos del mundo real o cotidiano, porque como sostiene Danto, no puede existir una teoría general del arte, porque sería imposible albergar obras de tan diversa procedencia y carácter.

Y es que la cuestión que hemos tratado de debatir es totalmente actual, por lo que seguiremos discutiendo el tema:

¿SON LAS TEORÍAS ARTÍSTICAS LAS QUE HACEN POSIBLE EL ARTE Y LAS QUE NOS AYUDAN A DISTINGUIR LAS OBRAS DE ARTE?

Si la respuesta es afirmativa, he de concluir que estoy en desacuerdo con Dickie: no es tan paradójica la solución de Danto al afirmar que “Hoy, el arte y la filosofía del arte han llegado a ser la misma cosa”, teniendo en cuenta corrientes como el arte conceptual, en las que es más importante la actitud del artista que el objeto u obra en sí.

Seguramente este autor tenga razón al decir que lo que finalmente constituye la diferencia entre lo que es obra de arte y lo que no, es en definitiva, una determinada teoría del arte. “Es la teoría la que la acepta en el mundo del arte […]” (The Artworld, Arthur Danto, Pág. 33, citado por Dickie en El círculo del arte, Pág. 32).

1 comentario:

  1. JORGE ROARO:
    PARTE I: DANTO Y SU VISIÓN DEL ARTE
    ARTHUR COLEMAN DANTO (1924-2013) fue indudablemente uno de los más influyentes pensadores dedicados en el último medio siglo a reflexionar sobre la naturaleza del arte y el papel que éste juega en nuestro mundo hoy en día; desafortunadamente, eso no significa que este filósofo del arte haya contribuido gran cosa a enriquecer o a ayudar a entender mejor nuestra experiencia estética ante los fenómenos artísticos, ni mucho menos que haya aportado algo concreto que permitiese enderezar un poco el camino que sigue el arte institucional contemporáneo para sacarlo de su actual decadencia y mediocridad. De hecho, me parece que fue todo lo contrario, de modo que en las siguientes páginas trataré de explicar brevemente por qué creo que la influencia filosófica de Danto ha sido francamente negativa para el desarrollo de nuestra visión del arte contemporáneo.

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