domingo, 19 de abril de 2009

¿Por qué las imágenes provocan o producen determinadas respuestas?

Hay muy pocas posibilidades de que alguien a quien se le piden cien euros para combatir el hambre y la enfermedad en Ghana acceda a desprenderse de su dinero. Pero si circula en su coche por una autopista y ve en la cuneta un cuerpo ensangrentado, le parecerá normal detenerse, transportar al herido a un hospital y pagar los cien euros que costará, como mínimo, la limpieza de su vehículo.


Poner imágenes a un concepto abstracto en el cerebro surte un efecto inmediato. No visualizamos fácilmente el hambre en abstracto en Ghana, pero, en cambio, la imagen de alguien herido en la carretera activa reacciones de solidaridad inmediatas.

En los laboratorios estamos comprobando el impacto, hasta ahora desconocido, de las imágenes en los procesos cognitivos. Las últimas investigaciones aclaran que la imagen cuenta como instrumento de permanencia o duración de la memoria. Sin imagen es difícil que algo se asiente en la memoria a largo plazo. Y sin memoria a largo plazo no se produce la reacción querida: un sentido determinado del voto.



Eduard Punset, curiosamente llamado también El poder de las imágenes, 6 de Enero de 2008.
Artículo sobre el impacto de las imágenes en los procesos cognitivos.




El poder de las imágenes, David Freedberg. Madrid, Cátedra, 1992.


David Freedberg es profesor y miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias y de la Sociedad Filosófica Americana. Es más conocido por su trabajo sobre las respuestas psicológicas de arte.


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Como el propio autor señala al inicio de su exposición, este texto no pretende tratar los aspectos históricos o los biográficos de los artistas a lo largo de la trayectoria de lo que hemos llamado arte. En todo caso, se centra más bien nuestro autor en la relación (el vínculo, trato o conexión) entre las imágenes producidas por el arte y las personas a lo largo de la historia.

Como sabemos y como muy bien indica Freedberg, la mayoría de los textos que abarcan la historia del arte, su estudio, etc., se han ajustado a menudo a la exposición de una serie de puntos que atañen –podríamos decir exclusivamente, salvo excepciones aisladas- a las técnicas de las obras y los significados que las mismas engloban. Así los historiadores y críticos de arte han puesto sus objetivos en la faena de narrarnos las características de una obra de arte o la biografía de un artista, pero nunca nos han contado qué “sugiere” (qué ideas provoca; qué insinúa o trae a la memoria) la obra al espectador menos cualificado en el campo del arte.

En muchos escritos se describen además las capacidades de las obras de arte para, precisamente, suscitar ciertas apetencias o determinados sentimientos en el observador; sin embargo, no se profundiza en el tema, si no que se cita levemente, proponiendo la “respuesta” –la reacción al estímulo, el impulso- general que la obra ha de provocar, sin dar lugar a la opinión individual.

Es entonces el tema principal sobre el que reflexiona Freedberg, el poder de las imágenes, que da título a su libro, un poder que se le ha otorgado desde siempre, pero sobre el que no se ha meditado, o simplemente, que no se ha puesto en tela de juicio. Un “poder” que se ha derivado de las creencias generales, especialmente aquellas que están más arraigadas, aquellas relativas a la religión y las imágenes que ella ha procurado a la historia del arte.

Del análisis del sinfín de conductas o comportamientos a que nos llevan las imágenes, es lógico que se considere la obra de arte como portadora de poder.

Estando el arte al servicio de la religión, es lógico pensar que “nazca” esa creencia sobre las imágenes dotadas de eficacia, fuerza, capacidad sobre las personas, para “educarlas”.

Tocando pues temas que tienen más que ver con la psicología y la percepción o la interpretación de esas imágenes según la cultura que las genera, y por tanto su contexto, realiza una “crítica a la crítica de arte” por ser demasiado “prudente” –dirá el autor- y repetitiva.

A diferencia de esas respuestas que el arte suscita a los historiadores o que ellos pretenden que suscite, la respuesta individual del espectador no es, como se esperaba, “culta y educada”.

La reacción del observador es más cotidiana, más sincera por así decirlo: apela más a los apetitos diarios del ser humano, a lo que reconoce más fácilmente. Las respuestas activas del espectador son, entonces, las más directas, las primeras que tiene. De estas son de las que se debe hacer el estudio sobre esa relación obra de arte-público, siendo un público que no ha de estar “artísticamente educado”.

El historiador, sostiene Freedberg, induce al espectador a que piense algo, más que a deducir por sí mismo aquello que la obra puede ofrecer.

Freedberg parece querer dirigirse al público más general, no al cualificado en este campo, sino a aquella “masa” que Ortega nombraba en sus escritos. A lo largo del texto el autor insiste en que la imagen tiene un poder que difícilmente puede tener otro medio de transmisión. Tal es este poder, que incluso provoca actitudes y respuestas diversas hasta en el más aislado ser humano. De hecho, lo que Freedberg comenta es que precisamente entre el público más asistente a este tipo de experiencias visuales -la contemplación de obras de arte-, se da una actitud conformista en cuanto que suele extenderse lo que una obra significa, y este significado acaba primando sobre la opinión individual y la respuesta directa, espontánea. Por ello, el autor presenta su libro como un proyecto en el que se cauteriza “la creencia de que cuando vemos una obra de arte no permitimos que afloren las respuestas que el material de que está hecha o el tema tratado producen en nosotros con la mayor prontitud.”

Algo que Freedberg quiere destacar además del poder que las imágenes tienen, es el cómo utilizarlas para generarlo.

Si como estamos viendo, la imagen está dotada de un mando o potestad, de un valor capaz de manipular o contar algo a un supuesto espectador, entonces puede llegar a ser un medio peligroso. Se concibe entonces la obra de arte como un medio de comunicación que se disfraza a través de la estética visual. Aun con todo, lo que Freedberg persigue es dar sepultura a la idea que la mayoría de los críticos o historiadores de arte sostienen y exigen de los observadores comunes: la respuesta elevada.

Así, llegará a afirmar que estas clases de respuestas –emocionales- son las que constituyen el tema del libro, no las construcciones intelectuales del crítico y del erudito. Aquellas respuestas sometidas a la represión, serán las que tengan para Freedberg mayor provecho de estudio.

Tras hacer un repaso por diferentes ejemplos de creencias relacionadas con las obras de arte y destacar algunas de las funciones que éstas tenían en otras épocas, pasa a preguntarse si el poder de la imagen se deberá a la identificación que se establece entre quienes miran la obra y lo que en ella se representa.

De lo que estamos seguros es de que la obra de arte tiene una influencia en quien la contempla. Si el poder que se le atribuye a la imagen tiene que ver con la creencia o con la convención o conformidad, es algo a lo que todavía tenemos que llegar. En el apartado IV del primer capítulo, se revela que el contexto también tiene mucho que ver con la respuesta ante una imagen. Entonces, quizás, el poder de la imagen proceda de tal contexto.

Pero ya sea por convención, creencia o contexto, realmente la obra de arte constituye una forma de comunicación, de declaración, y por tanto, de influencia. Esta influencia es lo que la hace peligrosa -decíamos antes-, inoportuna o molesta.

En el V apartado del primer capítulo, el autor comentará algo ante lo que no podemos sublevarnos. La respuesta sensual, emotiva es otra posibilidad frente a la obra de arte. Esta será quizá la que manifieste el público menos formado. Y es igualmente válida, ya que no existe una actitud universalizada frente a un cuadro. Si se ha descartado en ocasiones esta opción es por modas y prejuicios.

Una obra artística nos puede atraer por la sensualidad que exterioriza, por el deseo que es capaz de inducirnos; esto es innegable. Habrá otras que nos atrapen por la calidad de la habilidad técnica del artista; otras por la belleza de la imagen representada; pero hay una gran parte de las obras de la historia del arte que captan nuestra atención y gusto por la invitación sexual que nos ofrecen. Otra cosa distinta es que la rutina que se debe seguir en una sala de exposición esté bien definida y nosotros como espectadores la hayamos asimilado como natural. El protocolo a seguir será el reconocimiento de los elementos básicos –color, expresión, tratamiento del espacio…- que componen una obra de arte como tal, antes de dejarse seducir por la respuesta natural que genera la obra en nosotros. Es por ello por lo que Freedberg, como ya anunciábamos, se decanta por la respuesta de un observador no formado que se deje llevar por la primera sensación y opta por no escapar a los sentimientos que le abordan. Para constatar esto, se basará en lo que Nelson Goodman expusiera en su conocido texto Los lenguajes del arte: “[…] la obra de arte se capta tanto con los sentimientos como con los sentidos” (Págs.247-48).

Para entender estas respuestas es necesario que englobemos todas las imágenes visuales (…), los testimonios generales y específicos aportados por las respuestas a las imágenes (VII apartado del capítulo uno).

Ya que el hecho de que una obra sea expuesta en un museo, aceptada y reconocida como un prototipo o una obra maestra condiciona bastante la respuesta (Pág. 41) del espectador, hemos de incluir toda la imaginería popular para enriquecer lo que podamos decir de los efectos probables o las respuestas posibles a diferentes imágenes, artísticas o no.

A pesar de saber que el contexto es determinante en ocasiones, concluimos, debemos reconocer que persiste una respuesta esencial, primaria, que lo supera: “[…] el conocimiento que el arte nos brinda lo sentimos en nuestros huesos, nervios y músculos tanto como lo captamos con nuestras mentes […]” (Nelson Goodman, Los lenguajes del arte, pág. 259).

Queramos o no creer en la capacidad de una imagen para influir en nosotros, podemos afirmar después de este breve análisis que existen pruebas de que las imágenes provocan ciertos estados o reacciones en los que se detienen a contemplarlas.

Lo importante es recordar que esa reacción o conducta que producen en nosotros serán más ricas a nivel sensible cuanto menos familiarizados estemos con el mundo de la imagen y del arte. Sería interesante estudiar los efectos del conocimiento en las mismas experiencias estéticas. Pero esto es algo que quedará para otro día.


Espero que os hayáis quedado con el cante:

“Habrán de colocarse cosas lascivas en las habitaciones privadas, y el padre de familia deberá mantenerlas cubiertas para descubrirlas sólo cuando entre en ellas con su esposa (…) Igualmente apropiados son los cuadros de temas lascivos para las habitaciones en las que tienen lugar las relaciones sexuales de pareja, porque el hecho de verlos contribuye a la excitación a procrear niños hermosos, sanos y encantadores… […] De modo que la vista de objetos y figuras de esta clase, bien hechos y de temperamento adecuado, representados en color es de gran ayuda en tales ocasiones. […]”

Giulio Mancini, Considerazioni sulla pittura, editado por A. Marucchi, Roma, 1956, 1, 143.
[1] Segunda imagen: Grabado de Sebald Beham, siglo XVI.

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