viernes, 2 de enero de 2009

Escisiones y roturas.


"La invención del arte".


Larry Shiner, Profesor de Filosofía en la Universidad de Illinois, Springfield y autor de los libros The Secularization of History y The Secret Mirror.


Comentario de los capítulos 11.- "El artista: una llamada sagrada" y 12.-"Silencios: el triunfo de lo estético".


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Como el propio autor afirma en la página 37 de la introducción de su texto La invención del arte, “el libro se prepone poner en tela de juicio las pretensiones universalistas del sistema europeo de las bellas artes”.

Ya antes, páginas atrás, anuncia parte del argumento que desarrollará a lo largo de los capítulos elegidos:
El arte, entendido de manera general, es una invención europea que apenas tiene doscientos años de edad. Con anterioridad a ella teníamos un sistema de arte más utilitario, que duró unos dos mil años y cuando esta invención desaparezca, con toda seguridad le seguirá un tercer sistema de las artes”. Este tercer sistema parece responder a la cuestión que trata sobre el destino del arte, el comienzo de un nuevo sistema de conceptos en cuanto que será el fin del que fue inventado en el s. XVIII, el sistema de arte que “procura encontrar su propia esencia” (Pág.39, en referencia a las hipótesis de Arthur Danto).
La terminología “sistema del arte” que emplea Shiner es una especie de sustituto de “mundo del arte”, pero más eficaz y extenso, ya que incluye no sólo a los artistas que pudieran ser plásticos, sino a los diferentes “mundos del arte”, o a la cultura en general.

Shiner parece plantearse si puede sobrevivir algún concepto –el de Arte- en ese sistema de mercado que se asentó en el XVIII. La respuesta que se deriva de sus planteamientos es negativa. No sobrevive ni es absoluto; en todo caso, puede ser válido para un tiempo, una época, unas necesidades. Así, el significado de arte puede diferir de una cultura a otra (Pág. 16, Prefacio). Es una invención, y como tal, una ilusión, un producto de la imaginación, una utopía. “[…] no es una esencia… sino algo que nosotros mismos hemos hecho” (Pág. 21, Introducción). Y por esencia entendemos la naturaleza permanente e invariable de las cosas (Diccionario Básico de la Lengua Española, Ed. Anaya, 1993. Diccionario de la RAE). De este modo entendemos que Shiner hable de la creencia universal de que el arte es trascendente y universal.

Y dado que se trata de una creencia (“lo que se cree”; “ideas políticas o religiosas, principios de una persona o de un grupo”; “credo”; “convicciones”. De creer: “aceptar o tener como cierto algo no demostrado”; “tener fe en las verdades religiosas”; “tener algo como probable”. SIN. : Dar por cierto; confiar, imaginar) hemos entonces de reconsiderar la historia del arte y comenzar a impugnar todos los casos que a partir de ahora puedan ser considerados como Arte en base a lo que ya antes lo fue.

En este punto plantea si este desarrollo fue entonces una “evolución inevitable” o por contrario, fue “el resultado de la conjunción de muchos factores”. Está muy en relación con lo que citábamos anteriormente acerca del “tercer sistema de arte”. La creencia extendida de la universalidad del arte provoca la admisión de la teoría de que el arte ha evolucionado así, porque así lo exigía su naturaleza. Sin embargo, debemos ser conscientes de que si el arte es un invento reciente, su naturaleza no es ésta, puesto que como invención no implica la permanencia de lo universal. Si Arthur Danto confía en esa teoría, Shiner la rebate alegando que si existe una muerte del arte, es sólo como sistema, como segundo sistema de conceptos, porque es de la única manera que puede morir algo transitorio.

Shiner destaca en esta aceptación universal del concepto de arte europeo, la labor de los críticos e historiadores que contribuyeron a generalizar tal idea, quienes “adscribieron la creación del arte a los antiguos chinos y egipcios” (Pág. 22), cuando “la lengua japonesa carece de un sustantivo para arte” […] y “la frase arte chino es una invención bastante reciente” (Pág. 37), por citar ejemplos del propio redactor.

Si se ha universalizado este “invento europeo” es porque el término se extendió rápidamente: “Esta asimilación de las actividades y los artefactos de todos los pueblos y las épocas pasadas a nuestras nociones ha estado vigente durante tanto tiempo que se da por sentada la universalidad de la idea europea de arte.” Nuestra predilección por juzgar las cosas del pasado en función de cómo son en la actualidad refuerza esta asimilación, al igual que valorar una obra de arte (o contemplarla) de forma aislada refuerza la equivocada idea de que el pasado participaba de nuestra idea de arte.

Como decíamos, Shiner adjudica al siglo XVIII la invención del término arte, como consecuencia de las distinciones que empezaron a sentar base en el antiguo sistema. Éstas serán las que cercenen definitivamente el Arte y la artesanía, el artista y el artesano, o el genio e imaginación creativa y la utilidad unida al carácter mimético.
El ideal del artista como hombre de imaginación, autónomo, elegante, culto y refinado, bohemio o dandy, sufriente-mártir (pasivo) o rebelde (agresivo), genio incomprendido, el sacrificado que vive sólo para su arte, para conseguir la perfección de la obra… se opone al hombre de oficios, al artesano que trabaja con herramientas manuales, al trabajador de taller, cuya imagen permanece asociada a la imitación, la dependencia, el comercio y, a partir de la revolución industrial, a la fábrica. (Pág. 288, Capítulo 11, El artista: una llamada sagrada)

La diferencia que atañe a la oposición Arte-arte procede de la separación entre artista-artesano y viceversa. El vocablo arte, sin mayúsculas, se refiere inicialmente al arte entendido como el del sistema antiguo, aquel que encierra todos los géneros de las bellas artes y también las artes aplicadas o el arte menor, la denominada artesanía. Posteriormente, el término arte, a raíz de la separación definitiva entre artista y artesano, se referirá exclusivamente al arte popular, a la artesanía.
Arte en mayúsculas pertenece al nuevo sistema inventado en el XVIII y abarca sólo las bellas artes, entendiendo por estas no el trabajo del artesano, el manual, sino un tipo de actividad refinada “más espiritual, más elevada”: “Componer, escribir y pintar no eran simples profesiones sino las más elevadas llamadas…” (Pág. 271) Así, es lógico pensar que ser artista está considerado como ser intelectual, como ser “miembro de una subcultura especial […], de un mundo singular de belleza y valor espiritual en una sociedad incomprensiva y comercial”. (Esta diferencia entre el arte refinado o culto y el arte popular ya se introducía en las lecturas que hacíamos de los textos de Ortega y Gasset y Robert Hughes, uno sosteniendo esta idea de sistema elitista y la “evolución inevitable” del arte, y el otro –respectivamente- refutando tales teorías. El artista en este sentido parece adquirir un cariz mucho más elegante y prestigioso que el de artesano, y esto aun hoy día se aprecia en la sociedad: el carpintero que fabrica los lienzos del artista queda muy por debajo de la clase social del artista que expone en el Guggenheim de Nueva York. Razonable es después de todo que últimamente a todo el mundo atraiga eso de ser artista, héroe, de tener fama y reputación, de ser reconocido como persona de gustos elevados. Pero dejemos de lado los comentarios personales para más adelante).

Y es que mientras el artista goza en este nuevo sistema de la reputación, el artesano -que antes formaba parte del grupo de artífices que creaban, sin distinción-, por el contrario, queda rebajado al humilde título de trabajador manual sometido al taller y a la fabricación mimética –fuera de la calidad de original que tiene la obra única del artista- y seriada.

Otra diferencia importante tendría lugar como resultado de este sistema: la sustitución del antiguo mecenazgo por el actual mercado de arte.
Dado que el artista siempre tubo que defender la diferencia esencial que existía entre él y su oponente artesano, asumió el rol del “espíritu contra el dinero”, erradicando así las odiosas comparaciones con el que fabricaba sus “obras” no para el deleite espiritual, sino a cambio de dinero, como un ordinario o vulgar negocio.
Esto conllevó que se empezara a proclamar la idea de una obra de arte autónoma, lo que acarreó la creencia de que el dinero o la clase son irrelevantes para la creación y la apreciación del arte (Pág. 26 de la Introducción).
Mientras durante largos siglos el artista (y a su vez artesano) había precisado un “padrino” para poder desarrollar sus habilidades, este sistema posterior negó en un principio tal necesidad. Pero finalmente el artista debió abandonar su caprichosa postura para rendirse al negocio floreciente del mercado del arte, ya que siempre existieron los que perseguían el reconocimiento y el éxito comercial.
Así, “el propio artista accede a tratar su profesión como un negocio, sólo un tiempo después de que la gente haya sido inducida a considerarlo como Arte” (el autor cita al Comité Selecto del Parlamento británico de 1845, en la página 278 de su capítulo decimoprimero)

Es de destacar por último entre las discrepancias entre uno y otro sistema, la que se produjo en torno al “placer en las artes”. Por deducción intuimos que obviamente al Arte con mayúscula y al artista-creador les toca el placer especial, contemplativo, y al artesano el placer ordinario. El placer contemplativo fue entonces debidamente nombrado con un nuevo concepto, el de estético (Estético: “Perteneciente a la estética; bello, armónico; perteneciente o relativo a la percepción y disfrute de la belleza [placer e.]” Diccionario de la RAE).
En el capítulo 12: “El triunfo de lo estético”, se hace referencia a este placer que generaba la obra y por tanto, a la experiencia estética que constituía su contemplación.
Cabe decir que este placer sólo lo sentían aquellos que gozaban de “buen gusto” (haré hincapié en que gusto viene definido en el diccionario actualmente como la “facultad de sentir o apreciar lo bello”), una forma más de distanciar al público refinado y al populacho, o en definitiva, al buen Arte del arte secundario.

Éstas fueron, para concluir con este punto, las diferencias que supusieron la fisura que conllevó la nueva denominación del -en palabras del autor- sistema antiguo.

Con respecto a la actitud estética, en este capítulo que hemos nombrado se asiste a otra importante reflexión: ya que no todo el público goza de tal gusto, es determinante que quien quiere participar del Arte refinado aprenda previamente unas “maneras” de comportamiento. Considerando que el Arte ya había incluso usurpado el papel de la religión o del dios, en cuanto que se le relacionó a partir de entonces con lo espiritual y otros términos de índole religiosa (recordemos el ejemplo que Shiner propone recordando la frase que enunció el compositor Bizet acerca de Beethoven- Pág. 272), la visita al “templo del arte” para “contemplar lo perfecto”debía ser más respetuosa que nunca. Precisamente por esto tuvieron lugar las tensiones de clase que acusaron aun más si era posible las diferencias sociales.



Hasta tal punto fue exigida esta actitud, que quien no la manifestaba era tildado, como poco, de provinciano o era incluso excluido. Se trataba de un arte serio que rechazó por completo al público que pretendía extraer de las obras de arte un “placer meramente sensual o un goce superficial” en pos de un público que apreciara “la gratificación espiritual estética”. Así lo expresaba Jacques Attali, según Larry Shiner (Pág. 298): “…El silencio dedicado a los músicos fue lo que creó la música y le brindó una existencia autónoma”. Y el silencio y la ausencia de comentarios dedicados a la exposición de los cuadros, sería entonces, lo que creó la pintura y le brindó su existencia autónoma…



Quizá fue así como se anuló progresivamente la tarea crítica de los críticos (valga la redundancia) e historiadores de arte, para que se dedicaran como hicieran desde entonces, a la exclusiva labor de comentar superficialmente las obras de arte sin ninguna implicación invectiva.

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