sábado, 27 de diciembre de 2008

Cuándo hay arte. Nelson Goodman

“MANERAS DE HACER MUNDOS”, Nelson Goodman

Nelson Goodman es Profesor Emérito de Filosofía en la Universidad de Harvard. Conocido por su libro Los lenguajes del arte (1976), entre sus otras obras destacan The Structure of Appearance (1951), Fact, Fiction an Forecast (1954, 1977) y Problems and Projects (1972).


La primera edición de esta obra data de 1978.


El texto de Goodman relata algunos de los puntos de vista que este filósofo sostiene acerca del tema de cuándo se da el arte y qué hace éste. Así nos lo adelanta el título del cuarto capítulo de su libro Maneras de hacer mundos (“¿Cuándo hay arte?)”. Goodman no se preocupa tanto por la denominación concreta de lo que es el arte, como por analizar cuándo se da el caso.
Como el filósofo afirma, tratar de definir lo que es el arte, a menudo resulta una ardua tarea que no suele finalmente sacar nada en claro.
Conviene entonces atender a otras cuestiones que pueden por lo menos aproximarnos a esta definición pero sin concentrarse exclusivamente en ella.


Para ello, a través de lo que entiende nuestra cultura por arte, extraeremos algunos puntos que facilitarán la difícil tarea.

La mayoría de la gente (=observadores/espectadores) reconoce arte en una serie de “objetos” en los que ven desarrolladas ciertas habilidades plásticas (pictóricas, escultóricas, etc.) y una simbología en las imágenes que estos objetos representan.
Para el gran público, el arte se encuentra en los museos, en las galerías y en los salones de los coleccionistas, y suelen representar o bien emociones, sentimientos, etc., o bien, una escena real, si por real entendemos aquello que sabemos que ocurre o aquello que vemos. El arte entonces se da en aquellos “objetos” que reflejan la realidad o el mundo interior del artista o hacedor de arte de la manera más fidedigna posible, esto es, de la mejor manera en la que el espectador pueda identificar o reconocer lo que está viendo.

Con este análisis escueto y pobre, pero medianamente efectivo, creo, podemos comprender la concepción general del arte, y que el autor del texto se refiera en cierto punto al simbolismo para explicar a lo que puede referirse cuando habla de arte puro.

Lejos de ese hábito generalizado de adjudicar a las piezas artísticas un simbolismo que puede o no estar, hay que plantearse la noción de obra de arte independientemente de tal simbolismo. Esto es lo que Goodman señala en referencia a la labor de los críticos e historiadores de arte, que igualmente apuntaba Freedberg: los críticos, preocupados más por “arrancar al arte de las malezas sofocantes de la interpretación y del comentario” (Pág. 90), y optando por mantener sus posturas prudentes y moderadas, prefieren “aislar la obra de arte como tal de aquello que esa obra simboliza o refiere en cualquiera de sus formas” (Pág. 89), para que el arte sea totalmente puro.

Sin embargo, como bien escribe Goodman, no caen estos sujetos en la cuenta de que cualquier representación es en sí misma un símbolo, y que se entiende que ésta es “estar-en-el-lugar-de”.Una obra artística, como imagen (=retrato, efigie, apariencia), “tiene carácter representacional y por tanto no puede ser pura”.

Como trata de explicar nuestro filósofo, “no todo lo que algunos símbolos simbolizan está totalmente fuera de ellos” (Pág. 91). Al modo de la famosa imagen de Magritte, Ce ci n’est pas une pipe, hay imágenes que lo pueden ser también de sí mismas (imaginemos una pintura de un cuadro, enmarcada), o todo lo contrario, que la imagen de algo no lo implique, no lo involucre (como sucede con las imágenes de unicornios o monstruos -ejemplo del autor-, que no los incluyen porque ni siquiera existen).

Se puede entender mejor con otro ejemplo que el filósofo describe en la página 92, refiriéndose a un cuadro abstracto y a su poder expresivo; los críticos o los puristas -como Goodman bautiza-, creerán que el arte abstracto será más puro puesto que nada simboliza en el sentido en que ellos lo entienden. “Las cualidades que cuentan en una pintura purista son aquellas que la obra manifiesta, selecciona, enfoca, exhibe, realza en nuestra conciencia […] cualidades que no sólo posee sino que también ejemplifica […]” (Pág. 96). Pero habiendo entendido que la propia representación de sentimientos, emociones o cualquier otro estado que haya influido en la creación de una obra de arte, es ya un símbolo, quedarán igualmente refutados.

Pero la diferenciación entre unas cualidades intrínsecas (las que apelen exclusivamente a la obra como tal, sin simbolismos) y otras extrínsecas (las que hablan de aspectos secundarios respecto de la obra de arte en sí misma) puede ser ambigua, imprecisa, puesto que “una pintura o cualquier otra obra tiene características que pertenecen a ambas a la vez” (Pág. 93).

Si pudiéramos sobre-entender del texto de Goodman que el hecho de que no haya nada –objeto, ser o acontecimiento- que excluya sus propias cualidades externas esté relacionado con el hecho de no poder ignorar el contexto en el que tiene lugar tal objeto, puesto que inevitablemente influirá en él y no será nunca puro en ese modo, obviaríamos el resto del relato que el propio autor designa como “charla altisonante sobre arte y filosofía” (Pág. 94).

Después de todo, puede ser que no erremos al presuponerlo, pues el filósofo mismo en un momento dado del relato admite que esas propiedades tan referidas pueden variar enormemente según las circunstancias.

Y es que no queda del todo clara la diferencia entre esas cualidades, y más que la diferencia, si verdaderamente son relevantes para tenerlas en consideración a la hora de juzgar o calificar una obra de arte.

Lo que sí hemos entendido con este dilema propuesto es que con emociones o sin ellas, con imágenes reales u oníricas, la obra de arte, por pura o impura que sea, siempre simboliza algo en la medida en que representa, aunque sean los propios colores, colores que comparte con otra serie de miles de cosas. Lo llamemos como lo llamemos, simbolizar no es diferente de referir, ejemplificar, representar o expresar, puesto que lo que todos estos verbos significan es reseñar. En palabras de Nelson G. “[…] el arte purista consiste sólo en evitar ciertas maneras de simbolización” (Pág.97).

Con este conflicto casi ideológico sobre las cualidades del arte, deducimos que la pregunta de qué es arte debe sustituirse (justo como Goodman pretendía) por la de cuándo hay arte, pues una definición absoluta sobre éste término sería más polémica, y aun así, se puede derivar de la segunda pregunta, que sin duda se responde sola después de este proceso deductivo en el que el filósofo nos ha introducido.
Ya que las cualidades del objeto de arte dependen ciertamente del contexto y las circunstancias en que han de tener lugar, cabe pensar que “un objeto puede ser una obra de arte en algunos momentos y no en otros” (Pág.98); “De la misma manera que lo que es rojo puede parecer o ser dicho rojo en determinados momentos, así también lo que no es arte puede funcionar o ser considerado arte en determinados momentos” (Pág. 101, pie de página).

Sin duda es más interesante preguntarse cómo es el buen arte, cuándo se da el arte, o qué es lo que diferencia un objeto artístico de uno que no lo es, que preocuparse por establecer una definición correcta.


Que nos planteemos ante una obra de arte si simboliza tal o cual, o qué es lo que representa, es quizá porque nuestra manera de “ver” o “leer” no está trabajando todo lo debido; “el ver” debe entenderse como un estado activo ante las obras, “la obra de arte no funciona si le dedicamos poco tiempo”. Debemos ser conscientes de que “este acento sobre la no transparencia de una obra de arte, sobre la primacía de la obra sobre aquello a lo que ella misma se refiere, no implica la negación o la desconsideración de las funciones simbólicas, sino que se deriva de ciertas características de una obra en tanto símbolo”. Aun con esto, como el filósofo apunta al final del cuarto capítulo, un objeto que simbolizaba algo antes, puede no simbolizar ahora nada, de modo que su simbología no nos es especialmente trascendente a la hora de definir cuándo se da el arte.

Para decidir, en definitiva, cuándo hay arte, no basta con atender a los aspectos que nos lo indican superficialmente, sino que se debe atender a cómo funciona algo que se ha tildado de obra de arte.
Sabiendo cómo funciona una obra de arte aceptada por todos como tal, la cultura, la sociedad construye todo un sistema llamado Arte, en el que se incluyen objetos semejantes con funciones equivalentes.
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Lo que es de destacar bajo mi punto de vista de este texto es la cuestión de la educación en arte, que si bien no se explicita, se lee claramente en diversos puntos.
Goodman parece tener muy en cuenta esa práctica habitual que la mayoría que opina sobre arte tiene de querer extraer de la obra determinadas sustancias que si bien no sabemos exactamente de dónde proceden. Esta usual tendencia por el simbolismo y lo que quiere decir un cuadro, una escultura, se transforma en una inadecuada forma de entender el arte.

Como decía renglones atrás, quizá el problema radique en la actitud pasiva del espectador ante la obra; se deja cautivar por los símbolos, por el misterio y la intriga que encierran los mismos más que por la obra en sí misma, como dirían los puristas a los que se refiere Goodman.

La experiencia artística parece estar entendida desde el placer que produce la obra, desde el gusto estético, y no desde la comprensión de la misma.

Las cuestiones que el ser humano duda, se plantean, se determinan mediante un laborioso proceso de invención, y no a través de la observación pasiva


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*Llegados a este punto debemos apelar a la diferencia que hábilmente propone Goodman entre las propiedades internas de una obra y sus cualidades externas: las propiedades, como su origen etimológico indica, provienen de lo propio, del sujeto al que se refieren, y por ello tienen la calidad de intrínsecas, mientras que las cualidades se referirán más a los asuntos externos, extrínsecos del sujeto al que se refieran.

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