lunes, 15 de diciembre de 2008

La deshumanizacion del arte.Ortega y Gasset.


LA DESHUMANIZACION DEL ARTE.
El arte en presente y en pretérito.
Octubre de 2008.

"La deshumanización del arte, y otros ensayos de estética.", José Ortega y Gasset. Prólogo de Valeriano Bozal. Ed.- Colección Austral, Novena edición, 2002. Escrito en 1925. Ubicado en la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes, Universidad de Granada.

"Cuando la gente habla de arte moderno, piensa generalmente en un tipo de arte que ha roto por completo con las tradiciones del pasado y que trata de realizar cosas que jamás hubiera imaginado un artista en otras épocas. A algunos les gusta la idea de progreso y creen que también el arte debe marchar al paso del tiempo. Otros prefieren la frase del y creen que el arte moderno no vale nada. Pero ya hemos visto que la situación es mucho más complicada y que el arte moderno, del mismo modo que el antiguo, ha surgido como respuesta a ciertos problemas concretos".
E.H. Gombrich, La historia del arte, Ed. Debate, 1995, en el capítulo 27: "Arte experimental", Pág. 558.


Introducción.
Ortega desarrolla en este texto diferentes reflexiones acerca del tema del "nuevo arte", como él mismo bautiza. A él se refiere de una forma particular, haciendo un paralelismo verbal respecto del viejo arte, el arte tradicional, el arte que ha movido masas, un arte basado, en líneas generales, en la mimesis y la simulación de lo que se ve.
En el ensayo, el filósofo nos narra la situación del arte en el siglo XIX, y los inicios de un nuevo arte que amenaza con reemplazar las bases de una muy asentada tradición. A su vez, como argumento predilecto del libro, desarrolla su tesis sobre la deshumanización del arte, término que explicaremos como la "purificación" o desaparición de lo humano.
Por último, analiza los rasgos más importantes del arte nuevo, vislumbrando cómo su experiencia y contexto, influyen decisivamente en sus reflexiones.
Se incluye en este trabajo, una reflexión personal acerca de los términos (como deshumanización) que introduce el autor, y la visión elitista que sostiene apenas insinuada, del arte.


Desarrollo.
Como decía anteriormente, el autor aborda el tema del arte último, diciendo de él, principalmente, que es un arte rompedor, un arte que no quiere continuar con la tradición de la que hablamos.
¿Por qué?
Sencillamente porque es un arte que se basa en sí mismo: rehúye los temas desgastados a lo largo de la historia, y empieza a interesarse en el material con que se crea la obra, la mirada con que se lee la misma, su estética, y la sensibilidad que despierta.
Hasta este momento, comenta, "el arte de la mayoría fue siempre realista", un arte centrado en fingir la realidad que nuestros ojos captan, a través de los medios plásticos del arte. Por tanto, lo admirable era aquello que mejor "copiaba" o imitaba la realidad que el hombre veía.
Sin embargo, como proponen estos nuevos artistas según Ortega, el arte realista no tiene por qué ser el bueno; el gran parecido que ofrece es bueno para algunos, para esa mayoría, y sin embargo, puede tener una importante divergencia (errores que el artista comete) con respecto a la realidad.
De esta manera establece la siguiente declaración:
"El nuevo pintor no yerra; sus desviaciones del natural señalan un camino opuesto al que puede conducirnos hasta el objeto humano". (Pag.63)
"Lejos de ir el pintor más o menos torpemente hacia la realidad, se ve que ha ido contra ella; se ha propuesto DEFORMARLA, romper su aspecto humano, DESHUMANIZARLA."
Es aquí pues, donde podemos entender el título del libro, y todo lo que en él se expone.
Ortega reconoce en el nuevo arte, el arte del siglo XX por excelencia, la ruptura con la tradición y la identificación con lo insólito, aquello que no tiene que ver con el hombre.
De forma opuesta a los sentimientos y emociones del ser humano, el nuevo artista se basa radicalmente en la propia estética, que igualmente puede emocionar, pero que lo hace desde la visualidad, desde las formas, composiciones, texturas y características de la propia obra física.
No es, sin embargo, como comenta Jorge Urrutia en su artículo Vitalidad de la deshumanización del arte (Revista de Occidente, nº 300, Mayo 2006) "que el nuevo arte no sea humano, sino que deja de importar el patetismo de lo mostrado (la anécdota, lo vivible) para darle importancia a la construcción y a su estrategia. Por lo tanto, lo digno de valorarse del arte se aleja de lo fácilmente comprensible y exige, según Ortega y Gasset, una especial preparación."
La huida de ese realismo, de la copia de lo natural, es lo que llamará Ortega, "la fuga genial", la evasión o escamoteo del verdadero genio hacia la destrucción del objeto antiguo, y, por consiguiente, el nacimiento de algo nuevo.
El nuevo arte se opondrá a ser "reflejo de la vida, representación de lo humano", su centro de gravedad será ahora la voluntad de estilo, la deformación de esa realidad que le oprime en su creatividad.
El goce de ver un cuadro dejará de lado los sentimentalismos, y se centrará por fin, en el placer intelectual, en la belleza predominante de la obra en sí misma, y no en sus personajes u objetos paisajísticos.
"Hay que regocijarse cuando vemos un objeto que en sí mismo es regocijante/deleitante".
Sin embargo, como dice Ortega, hasta ese momento, "en vez de gozar del objeto artístico, el sujeto goza de sí mismo".
Lo real debe alejarse para dejar cabida a la contemplación de la propia obra; no podemos pretender vivirla o sentirnos identificados a través de experiencias cotidianas, como si fuese un mero drama.
Esta conversión de lo subjetivo a lo objetivo es la que señala Ortega.
Hasta tal punto el nuevo artista prefiere lo objetivo, la ausencia de lo humano, que se repugna ante la confusión entre la vida y el arte:
"Es un signo de pulcritud mental querer que las fronteras entre las cosas estén bien demarcadas. Vida es una cosa, poesía es otra. No las mezclemos. El poeta empieza donde el hombre acaba. El destino de éste es vivir su itinerario humano; la misión de aquél es inventar lo que no existe. […] El poeta aumenta el mundo, añadiendo a lo real un irreal continente."
Cabe subrayar estas frases para señalar que no queremos decir que el arte nuevo prescinda de la realidad, sino que ésta no se impone sobre el espectador.
Se trata de excluir lo tradicional, de anular las resonancias vitales, de que el arte re-cree, invente, componga, sin necesidad de ser "sentido".
Es por ello pues, que el nuevo artista precisará de valerse de la metáfora, para no caer en la representación fidedigna de la realidad, y a la vez, no separarse inexorablemente de ella. A través de ella, el artista se evade, crea, incluso "asesina al objeto real" en cierto sentido, porque lo transforma.
"La metáfora es el más radical elemento de deshumanización", dice Ortega (Pág. 76, La deshumanización del arte)
"La metáfora escamotea un objeto enmascarándolo con otro, y no tendría sentido si no viéramos bajo ella un instinto que induce al hombre a evitar realidades."
En este fragmento de un poema de Juan Ramón Jiménez, leemos:
No sé con qué decirlo,
Porque aun no está hecha
Mi palabra
.
Este poema incluido en la obra de la Generación del 98, precedente de nuestro autor, pone de manifiesto que la invención del gesto, del signo, la palabra, es lo que construye esa nueva realidad que buscan los nuevos artistas.
"Pensar es el afán de captar mediante ideas la realidad; el movimiento espontáneo de la mente va de los conceptos al mundo." (Pág. 78)
Pero entre la idea y la cosa, el concepto y la cosa en sí misma, hay mucha distancia. Por eso los poetas y artistas usan la metáfora, porque es un recurso que obliga tanto al espectador como al creador, a inventar un nuevo concepto, y darle al objeto real, al cotidiano, un significado no universal (como el que ya tiene), si no individual, propio, particular, y, en definitiva, original, en el sentido de "originar", crear nuevamente.
La mayoría de la gente cree que la realidad es lo que piensa –o pensamos- de ella, por tanto, la confunden con la idea.
Y dado que estas ideas son irrealidades, tenemos que realizar las ideas, para deshumanizarlas. En este sentido cabe recordar la filosofía de Descartes, quien proponía deconstruir nuestro sistema de conocimientos para componerlo de nuevo, atendiendo a cada una de las ideas que habíamos asumido y acogido en nuestra mente.
De esta forma, creamos un nuevo sistema de saberes, de ideas, que previamente y conscientemente, hemos observado, atendido.
Y en esta línea, Ortega reflexiona sobre los propósitos y la evolución del arte: "de pintar las cosas se ha pasado a pintar las ideas: el artista se ha cegado para el mundo exterior y ha vuelto la pupila hacia los paisajes internos y subjetivos." (Pág. 79)
Es aquí donde entra en debate otro de los temas más interesantes que expone Ortega en su ensayo:
El problema que deriva de la relación entre este nuevo arte que pinta ideas en lugar de realidades reconocibles, y el público que hasta ahora se había contentado con admirar la habilidad mimética de los artistas.
El artista nuevo da plasticidad, crea estética; la idea es el objeto, no el instrumento para llegar al objeto. Se valora más la postura teórica que el producto artístico en sí, a diferencia de lo que ocurría en anteriores etapas artísticas.
El artista se vuelve un iconoclasta, en palabras de Ortega, pues rompe con las imágenes, destruye los iconos y otros símbolos, y especialmente, rompe con los dogmas y convecciones establecidas y las desprecia.
En este sentido, vuelve su mirada hacia instrumentos de razonamiento deductivo, a la armonía de la presentación, hacia la abstracción de la realidad, por eso que Ortega y Gasset diga de ellos que "buscan formas euclidianas, que suplantan la línea mórbida del cuerpo vivo, por el esquema geométrico". (Pág. 80)
Este iconoclasta, este hereje que provoca un cisma, no es del todo original, quiero decir, que no es el primero que recurre a un cambio de estética en el ámbito del arte.
Aunque consideremos que el término Arte es reciente, en nuestros manuales de Historia del Arte, aparecen ya civilizaciones antiguas en las que las prácticas artesanas, ya acuñan la calidad de "artísticas". Y hemos visto a lo largo de todas esas prácticas de cada cultura anterior, que ha habido etapas en las que, lejos de pensar que el ser humano no tuviera habilidades miméticas, se interesaba más por la representación de unos ideales que de la propia naturaleza. Por eso las representaciones escultóricas, pictóricas, etc., tendían más hacia una abstracción de las formas, que hacia la copia fidedigna de un hombre o un objeto. Ejemplos de ello son la cultura egipcia (excepto el cisma producido por Akenaton, que ciertamente buscaba una representación más realista de la figura del faraón); la Edad Media, que traería de nuevo, la agresividad hacia la imagen real, y para dignificar al dios, se recurriría a la abstracción de las formas…etc. : vemos que desde siempre, "el viejo arte AHOGA al nuevo arte", y será interesante también llegados aquí, ver la idea de Ortega de que el arte anterior no siempre ha de tener sobre el arte nuevo, una influencia positiva. Aquí de hecho, vemos lo contrario. Los creadores de diferentes periodos, hastiados ya de mimetismo, recurren a nuevos lenguajes.
Viendo pues que no se trata de una práctica primeriza*, ¿por qué el público no gusta del nuevo arte?
*Tenemos que atender en este punto, que fue realmente, la primera vez que se tuvo conciencia de que la masa, por lo general, había aplaudido siempre la fidedigna representación de lo real, como pasaría a partir de los comienzos del Renacimiento, que rescataría el carácter de la Grecia Clásica, y que sentaría las bases de una larga tradición de realismo.
Encasillado en una misma forma de expresarse, el artista de los nuevos tiempos, acorde con sus circunstancias, hace una revisión interior y reconoce la imposibilidad de expresar sus intereses por medio de un lenguaje que otros usaron en un muy diferente contexto. Así, se sumerge en la tarea de buscar un nuevo lenguaje más apropiado y acorde con sus necesidades, con los nuevos materiales surgidos, con el contexto histórico y los eventos que vienen teniendo lugar a lo largo del desarrollo de los años; y por supuesto, empieza a tener conciencia de que el arte, como los demás campos de la cultura (como la ciencia), no es más que fruto de la evolución.
Precisamente de esa conciencia de que el artista no vive aislado, "se ha visto siempre, sin dificultad, en la obra de una época, la voluntad de parecerse más o menos a la de otra época anterior. En cambio, parece costar trabajo a casi todo el mundo advertir la influencia negativa del pasado y notar que un nuevo estilo está formado muchas veces por la consciente y complicada negación de los tradicionales." […] "La nueva sensibilidad finge sospechosa simpatía hacia el arte más lejano en el tiempo y el espacio, lo prehistórico y el exotismo salvaje. A decir verdad, lo que le complace de estas obras primigenias es –más que ellas mismas- su ingenuidad, esto es, la ausencia de una tradición que aún no se había formado." (Pág. 84)
Por eso realmente no es afecto hacia el arte del pasado, sino como decía antes, paradójicamente, un odio a lo civilizado, a la cultura, que es la causante de esa repetición continua de los mismos cánones. De esto el artista nuevo se cansa, y aunque recurra a aquellos mismos estilos primigenios, siempre es desde un sentido irónico, el sentido en el cual el artista gusta de la falta de tradición en aquellas obras, la falta de una cultura como tal.
De aquí la frase de Ortega de que el arte nuevo ridiculiza el arte.
Y es que, desde comienzos del siglo XX, gracias (si cabe dar las gracias) a todos los sucesos ocurridos, el artista, y los jóvenes, han perdido el interés en aquel arte que sólo servía para deleitar los sentimientos, las emociones humanas… y han optado por un arte que diga algo más, que satirice, que critique, o que deleite la intelectualidad.
El cambio de sociedad, la democracia, la libertad de expresión, lo laico frente a los preceptos religiosos…etc., hace que el artista nuevo, el joven, vea todo lo anterior, todo aquel pasado como sometido a ello, como sumiso y pobre. Ahora, los jóvenes tienen la oportunidad de hacer algo que verdaderamente les interese a ellos y que no tenga por qué responder a ningún canon, o respetar ninguna demanda; estamos ante el nacimiento de un arte plenamente individual, personal.
Ellos, como herederos de la cultura del nuevo siglo, de Nietzsche, de Worringer, y de intelectuales y representantes semejantes, niegan la realidad, hablan del arte del pasado, como pura imitación, y, que sin embargo, tenía demasiadas repercusiones en la sociedad, en la masa.
He aquí una reflexión de Ernst Gombrich, extraída directamente de una de sus más preciadas obras, La historia del arte, con la que podemos hacernos una idea de este cambio de pensamiento, de ese nuevo interés:
"Pero artistas y escritores, considerándose ajenos a la situación, se sentían paulatinamente más y más insatisfechos con los fines y procedimientos del arte que gustaba al público. La arquitectura ofreció el blanco más fácil para sus ataques, pues había evolucionado hasta convertirse en una rutina sin sentido. […]
A menudo parecía como si los ingenieros hubieran empezado por erigir una estructura para satisfacer las exigencias naturales del edificio, y después se le hubieran adherido unas migajas de Arte a la fachada en forma de adornos […].
Pero hacia finales del s.XIX, un número creciente de personas se dio cuenta de lo absurdo de esta costumbre. […]
Críticos y artistas como John Ruskin y William Morris, ambicionaron una completa reforma de las artes y los oficios […]"
E.H. Gombrich, La historia del arte, Ed. Debate, 1995, en el capítulo 26: "En busca de nuevas concepciones", Pág. 535
A partir de aquellos fructuosos momentos, el arte dejará de preocuparse por la trascendencia, por eso, como sostiene Ortega, no es para nada soberbio, sino todo lo contrario; sólo pretende ser arte, sin mayor pretensión.
"Lo jugoso del arte nuevo, es sacar su intención: quiere crear de la nada"
Y para crear de la nada, la invención es la única salida.
Me parece ahora apropiado introducir aquella pregunta que nos hacíamos sobre la popularidad del arte, sobre el gusto del público hacia él, asentimos que el arte nuevo, el arte que no busca un nivel de comprensión receptora fácil, como es el caso del arte realista, obliga, indudablemente, a enfrentar un modo distinto de relación con la actividad de recepción de la obra.
De sobra es sabido que los cambios, lo nuevo, lo recién inventado, no es precisamente bien acogido inicialmente por la masa desconfiada. Pero también sabemos que hay una importante diferencia entre lo que tarda en aceptarse, y lo que no se acepta nunca.
Pues bien, de esto justamente, conversa Ortega; de la diferencia entre lo impopular y lo no popular.
El arte nuevo entonces, es impopular, ya que no tiene la posibilidad de que guste a la masa, a pesar de que llegue a conocerse, como ocurriría con el arte que fuese no popular en sus comienzos.
Esa impopularidad se deriva, dice Ortega (cosa que comparto, si se me permite), del repudio de la masa, de un sentimiento de antipatía, y un aborrecimiento que proviene a su vez, de la incomprensión de la obra de arte. El disgusto que provoca la incomprensión ante la obra, es el que provoca el propio desinterés, cayendo el que la juzga en el equívoco de pensar que la obra no merece la pena en absoluto: "Si yo no lo entiendo, no lo entiende nadie"
El arte no popular no genera desprecio, de modo que en algún momento, puede llegar a calar en la gente; como es innovador, tardará un tiempo en "democratizarse", pero eso significa que se entiende. La línea divisoria que se señala entre éste y el arte impopular está en que el último, para las gentes, la masa, la mayoría, son incapaces de entenderlo.
Cabe preguntarse entonces si para este nuevo arte, la masa necesita algo más que identificarse con una realidad ficticia, copiada, simulada, es decir, si para reflexionar ante la obra de arte, necesitan más conocimiento.
La respuesta es clara y concisa: sí, este nuevo arte, es, en principio, para minorías ("sin pretender condenar las limitaciones de la masa", Valeriano Bozal, autor del Prólogo de La deshumanización del arte), no es un arte igual de asequible que el que se había hecho hasta ahora, simplemente porque el interés del artista se ha enfocado de forma diferente como decíamos. El artista no quiere que el espectador comparta actos y sentimientos, si no que se esfuerce en buscar algo más ligado a la propia obra y no a una realidad que no le pertenece.
[Aparte de la afirmación de Ortega sobre la división que afecta a las gentes con respecto al arte, sabemos que esa separación social es irresoluble porque la psicología de las personas ya de por sí crea una minoría de sensibilidades aristocráticas distintas de la masa.]
Aun así, citando a Valeriano Bozal en el Prólogo de La deshumanización del arte, "Difícilmente podrá hablarse hoy de la impopularidad del arte nuevo en los términos en que lo hizo Ortega, tampoco puede considerarse al hermetismo común denominador del arte de vanguardia."
Conclusión.
En este breve análisis, salta a la vista inmediatamente la noción de Ortega del arte nuevo como:
1º.- Un arte deshumanizado
2º.- El arte por el arte
3º.- La falta de cualquier trascendencia en el arte
Con ese lenguaje retórico, con el que influye en el lector inevitablemente, alude en su escrito al arte de las vanguardias, que es el que tiene lugar en el momento en que él desarrolla su obra. Además tendrá la influencia en España, de la Generación del 27, con García Lorca, Luís Cernuda, Pedro Salinas, Alberti, o Vicente Aleixandre, del Simbolismo de la Generación del 98 de Unamuno, Baroja, Machado, o las referencias de Juan Ramón Jiménez o Rubén Darío, que serán evidentemente, una atribución importante a todas estas ideas que sostiene, que sin embargo, no serán del todo nuevas.
Es de destacar, bajo mi juicio, esa distinción definitiva que hace entre la sensibilidad artística, y la sensibilidad humana, lo que le llevará a reflexionar sobre la popularidad del arte, decantándose por un arte elitista.
Esta visión elitista procede de su división de la sociedad entre los que entienden ese arte, y los que no; pero no es una idea exclusiva de Ortega. Como acabo de decir, los influjos que tuvo nuestro autor, favorecieron esta perspectiva elitista, pues pertenecía a una familia burguesa que le ofreció la oportunidad de dedicarse a los estudios universitarios sin problema, así como escribir en periódicos; además de la influencia de las experiencias con el modernismo, y el Ultraísmo, aquel movimiento literario nacido en 1918, para enfrentar al modernismo, proponiéndose un cambio estético (menos ambicioso que el surrealismo) que definió Cansinos Assens de la siguiente forma:
"El ultraísmo es una voluntad caudalosa que rebasa todo límite escolástico. Es una orientación hacia continuas y reiteradas evoluciones, un propósito de perenne juventud literaria, una anticipada aceptación de todo módulo y de toda idea nuevos. Representa el compromiso de ir avanzando con el tiempo."
Es claro es paralelismo entre unos movimientos y otros, en cualquier campo del arte y la cultura.
Para mí, lo más interesante de este ensayo, sea, quizá, ese pensamiento elitista del arte. La descripción del Romanticismo como un tipo de arte que "se hace consistir radicalmente en una exposición de realidades vividas, que nos sobrecogen, y suscitan en nosotros una participación sentimental que impide contemplarlas en su pureza objetiva", me parece asombrosamente acertada, al igual que me parece acertado que el arte del siglo siguiente, el nuevo arte, sí que permita esa contemplación ajena a la subjetividad.
Ya que este arte sólo pretende despertar un goce puramente estético, es inevitable que eluda las formas de representación tradicionales, es decir, que es una evolución, tan necesaria como inevitable, tal cual la del ser humano.
Ya "no hay que considerar a la imagen como un procedimiento de narrar, ilustrar, traducir o transmitir valores universales que le son ajenos, y que por tanto, podrían transmitirse por otros procedimientos", como escribe Valeriano Bozal (Prólogo de esta edición de La deshumanización del arte, Pág. 19).
Ahora -bajo mi punto de vista-, la imagen, pictórica, escultórica o como quiera que sea, tiene un potencial que sólo en ella misma se puede apreciar.
"El arte es el lenguaje que, lejos de aludir a la intimidad, la ofrece, la presenta, y ésa es la causa del goce estético." (Valeriano Bozal, Pág. 24)
Pero, ¿hasta qué punto el arte debería ser elitista?
De un lado, me gustaría pensar en la idea utópica de que todos aquellos que entrasen en un museo a ver una exposición de arte, no se quedaran únicamente con la habilidad del artista a la hora de copiar la realidad. Es decir, que, en el supuesto caso de que se tratara de una exposición de arte contemporáneo, la gente se plantease algo más, pues como decíamos, el arte –o el artista- no es independiente del contexto y las circunstancias que tienen lugar en la sociedad en la que se desarrolla.
Me encantaría ver que cuando alguien entra en una exposición o ve una determinada representación artística, entendiera lo que en ella está contenido. Que el arte, es un arte para todos.
Pero no es una realidad.
La realidad es que cuando alguien entra en una exposición, no entiende lo que en esas obras expuestas está reflejado. Igual pretenden ver en ellas algo que no se les puede "revelar" en el sentido en que ellos esperan.
Inevitablemente pienso que para entender ciertos aspectos del arte, no ya sólo el arte del siglo XX, sino también como digo, algunos aspectos en general, uno precisaría cierto conocimiento, igual que para entender el origen del universo habría de estudiar astronomía, y física durante x tiempo, hasta formarse en el campo.
Sin embargo, sé de sobra que las personas poseen cierta sensibilidad hacia el arte, y que la sensibilidad no sólo la poseen aquellos que estudian o conocen el arte -pues quiero creer que es intrínseca al ser humano-; pero sí es cierto que es más fácil desarrollar esas capacidades una vez uno comienza a indagar en la historia, en los artistas, y en los materiales.
Aun así, tampoco me convenzo de que todas las personas tengan esa predilección de querer entender lo que ven.
Me sigue pareciendo -lamentablemente- cierta, esa proposición de Ortega de que "bajo toda la vida contemporánea late una injusticia profunda e irritante: el falso supuesto de la igualdad real entre los hombres".
Sería positivo ese estado de igualdad en la que los que visitan una exposición entiendan lo que ven, ya lo valoren positiva o negativamente, pero con razones y juicios de conocimiento, de saber; pero de momento no hemos llegado a eso.
La evolución del arte lo ha llevado a disgustar a la masa, a provocarla, a hacerla rabiar con sus continuos ataques al "buen gusto" del pasado, y por ello, ésta se debe esforzar en entenderlo, y querer descubrir su sentido irónico y verdadero.
Si una parte de la sociedad evoluciona como lo hacen las décadas, y crea este determinado arte, esta cultura, diferente de la anterior, ¿acaso no evoluciona el resto de la sociedad con él, con la tecnología, con los descubrimientos, etc.?
O no es así, o no quiere ser así, que también es muy probable.
Sabido es de sobra que el ser humano cuando se acostumbra a determinada cosa, difícil es cambiarle ésta.
Pues algo así ocurre con el arte. Acostumbrada a siglos de interminable tradición artística, la masa no puede radicalmente entender un cambio tan rompedor como el que proponían las vanguardias, y, después de tantos años, sigue sin entender el nuevo arte (que ya dejó de serlo), aunque lo consume ansiosamente, como el que lleva zapatos de tacón de aguja, porque son elegantes, aunque le destrocen los juanetes.
Y, sin embargo, y en esto quiero hacer especial hincapié, esta misma masa, la que consume el arte, la que actúa de público, la que parece no entender, es uno de los factores más importantes en el desarrollo y persistencia mismos del arte, pues con los años, se va educando en el ámbito, y es de hecho, la que ha contribuido a la generalización del mismo, a su conocimiento y a que, precisamente, logre alcanzar la popularidad que le fue negada en sus inicios.
"No existe, realmente, el Arte. No hay más que artistas, esto es, hombres y mujeres favorecidos por el maravilloso don de equilibrar formas y colores hasta dar en lo justo, y, lo que es más raro aun, dotados de una integridad de carácter que nunca se satisface con soluciones a medias, sino que indica su predisposición a renunciar a todos los efectos fáciles, a todo éxito superficial a favor del esfuerzo y la agonía propia de la obra sincera. Los artistas, creemos, existirán siempre. Pero si también el arte ha de ser una realidad depende en no escasa medida de nosotros mismos, su público. Por nuestra indiferencia o nuestro interés, por nuestros juicios o nuestra comprensión, nosotros decidiremos su continuidad. Somos nosotros quienes tenemos que mirar que el hilo de la tradición no se rompa y que se ofrezcan oportunidades a los artistas para que acrecienten la preciosa sarta de perlas que constituye nuestra herencia del pasado."
E.H. Gombrich, La historia del arte, Ed. Debate, 1995, en el capítulo 27: "Arte experimental", Pág. 597

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