miércoles, 10 de diciembre de 2008

Lectura del capítulo "El declive de la ciudad de Mahagonny"

Robert Hughes. A toda crítica. Ensayos sobre arte y artistas. Traducción de Nothing of Not Critical (Nueva York, 1990) de Alberto Coscarelli.
Ed. Anagrama. Barcelona, 1992. (1987)



Robert Hughes comienza su
discurso comentando el “centralismo” que el Arte del siglo XX acabó por asumir.
Con centralismo quiero hacer referencia al fenómeno que estableció una Capital del Arte, que supuso la visita obligatoria para todo artista del momento.
Esta capital de la que Hughes habla fue Nueva York, que había desbancado a la París del XIX.

A partir de este primer punto, Hughes desarrolla el tema de la enseñanza americana a través de la obra de esos artistas que debían ser “de los que dependiera el futuro de la pintura”.

Rememorando su experiencia en Australia y sirviéndole su situación desfavorecida (pues el último arte que se hacía llegaba al continente de una forma muy precaria) para juzgar aquel arte nuevo como insulso, vacío, “falto de rigor” o “de trazos chapuceros”, elabora un texto cargado de ironía y sarcasmo, en el que asume que “no entiende” el aclamado arte de Nueva York.

Justifica, mediante esa sentida incompetencia, el menosprecio que siente hacia el arte a partir de los 70, que a lo largo del texto deducimos.
Tiene mucho que ver con es falta de preparación que adjudica a los artistas americanos, el concepto “efímero”, quizá porque valore la obra de arte también respecto a la resonancia que ésta tenga.

El arte norteamericano precisamente en aquel momento, se asumía como la obra cumbre del s.XX. Sin embargo, afirma Hughes, éste mismo estaba condenado a no ser históricamente relevante, a pesar de que estuviera imponiendo sus cánones, sus normas, y “contagiando” sus características a todo el arte internacional.

En torno a esto, Hughes reconoce que incluso allá en Australia, donde estos referentes americanos llegaban por medios bastante burdos (la mera reproducción-de la reproducción), aceptaban esa imposición –se justifica- como “estilo obligado”, llegando a afirmar que “[...] eran tan concluyentes que reprimían cualquier oposición estética”.

Y es que, como dice un poco más adelante: “La periferia suspira por la seguridad del centro”, o, “[...] sumergir su frágil y, sólo en parte, definida identidad en algo manifiestamente más fuerte”.

De ahí que continúe con la afirmación de que se produce una normalización del arte, es decir, ese contagio que señalaba antes.

El arte que consigue ser comercial, entrar en mercado (en este caso el americano) construye un “imperio”, domina con su política de expansión al resto, que ahora depende de él, como si fuera una colonia.
Por ello se unifica el arte, y aunque no lo creamos (tampoco se puede tomar literalmente, y menos para todo el siglo; ya sabemos que no ocurrió así), el “imperio” no permite que existan particularidades.
Empleando su tono de mando, uniformiza, generaliza el arte, siguiendo bajo la ley y el dogma (en este momento diferentes de los clásicos, pero igualmente hechos para crear escuela, seguidores, maestros).

Si por algo no sucedió así, y no se ingirió ese “Menú Touristique” que nombra Hughes, es quizá porque, basándonos en una nota muy aguda del margen del texto, este arte usaba un “lenguaje tan elevado, que ni poniéndose de puntillas alcanza uno a comprenderlo”.
Este breve comentario hace referencia como podemos deducir a las claves que usa este tipo de arte, no apto para todos los públicos.

De esta dificultad para entender la obra de arte contemporánea surge el impedimento de sustraer lo que de genial hay en la misma.

Esto nos remite de forma obvia al discurso de Ortega sobre la incapacidad de la “masa” y el público de entender el “nuevo arte”, y a su consiguiente desvaloración a causa de la incomodidad que esa ignorancia ante el cuadro genera.

La diferencia debe radicar en que Hughes normalmente habla de un grupo formado por artistas que se ven influenciados por las tendencias coetáneas, mientras Ortega se está refiriendo a la masa, al público generalizado, cuando se refieren a la incapacidad de entender la obra de arte.

Y aun a pesar de no ser capaces de comprender lo que la obra sugiere, existe una importante predilección por parte del gremio de los artistas de aceptar y recuperar la tendencia de esa compleja obra.

Es en este punto donde Hughes reflexiona y opina radicalmente sobre esa disposición de nuestra cultura por “regurgitar”, en palabras del propio autor, por “engullir y vomitar” cada estilo o movimiento que nace: nuestra cultura es un continuo “repetir”.
La contraposición que establece entre las sentencias “nada vuelve otra vez” (Pág. 17), y aquella idea suya acerca de la bulimia cultural (que implica de hecho que todo vuelva), propone una interesante e ingeniosa paradoja que alude al hecho de que, aunque todo se repita porque estamos condenados a redundar, nunca será igual (recordad aquella frase con la que se pronunciaba al inicio de su escrito: “América jamás ha producido un artista que pudiera compararse a Picasso o a Matisse, o un movimiento artístico con la inmensa resonancia que tuvo el cubismo.” -R.Hughes. A toda crítica. Ensayos sobre arte y artistas. Traducción de Nothing of Not Critical, Nueva York, 1990, de Alberto Coscarelli. Ed. Anagrama. Barcelona, 1992. Pág. 12, Introducción.)

Quizá esta repetición esté enlazada con esa “capacidad –que señala Hughes- del artista para consultar y utilizar las tradiciones pasadas de su propia cultura”(Pág.20). La manera en que aprendían antes los artistas era desde los museos, directamente de las obras de sus predecesores; la repetición a la que ahora nos referimos no es de este tipo, de emular a los maestros de la tradición (pues, si fuese de este modo, Robert Hughes no estaría tan disgustado con las enseñanzas de los artistas americanos), sino de repetir lo que está más en boga, para generalizar, justamente como el Imperio ambiciona.

Hace alusión por tanto, después de estos duros párrafos, a la real pobreza cultural, que si bien parece todo lo contrario, verdaderamente, estamos ante una “re-producción” de nuestros propios sistemas (a pesar del engañoso surgimiento de supuestos estilos diferentes).

Esta pobreza que insinúa, tiene mucho que ver con su idea de una falta profunda de base educativa en los artistas, especialmente americanos, contra los que arremete duramente.
Así, habla de una “abotargada monotonía de mediocridad que constituye lo último del siglo XX” (Pág. 18), con un evidente carácter peyorativo.

El problema que Hughes revela de todo esto, es que la nueva educación para los artistas, consistía más en crear un estilo o personalidad propios para cada uno de ellos, que en transmitir verdaderos conocimientos plásticos o técnicos para solucionar los problemas que se presentan en la realización de una obra.

Así, sostiene que otro grave error de este sistema ha sido inculcar la falsa creencia de que “los valores académicos son contrarios a la creatividad” que tanto ansían.
Hasta el punto llega su crítica, que afirma: “[...] era más fácil para los maestros dejar a sus alumnos hacer lo que les apeteciera” (Pág. 21).

Otro factor que considera determinante en el declive del Arte, es “la anexión de la enseñanza artística a las universidades”, pues se deriva de ello un interés extremado por el tema conceptual, dejando la creación en manos de la idea, desapareciendo casi por completo la obra física y tomando en consideración por encima de todo, el concepto.
Esta dejadez por parte del creador con respecto al trato de los medios, será decisiva para que el Arte ahora sea más difícil de entender, y por tanto, de apreciar; el público, acostumbrado a recibir una serie de imágenes coherentes con lo que ve, con la realidad, imágenes que re-presentan fidedignamente lo que la vista ofrece, se siente frustrado ante una obra de tipo conceptual, en la que el óleo, o el mármol, han sido sustituidos por un objeto cotidiano que pretende ser obra a través de una explicación o un título inaccesible.

A esto se unen los recursos que los nuevos artífices poseen para desentenderse aún más de los materiales artísticos tradicionales. Desde el surgimiento de la fotografía, el realismo o la figuración absoluta dejaron de ser el centro de interés para los artistas, puesto que habían hallado un medio mucho más fiel y preciso. De esta manera, era lógico que el Arte evolucionara de forma semejante.
La consecutiva invención de la televisión y el video, junto con otros artilugios de análogo poder de manipulación, serían desde entonces el punto desde el que impulsar el nuevo arte. Derivado de estos medios, la publicidad y la información atrajeron las miradas curiosas y las ambiciones de los artistas.

Debido entonces al desarrollo de todos estos avances tecnológicos, el artista no precisa viajar a un centro concreto y único de Arte, puesto que ya puede buscar lo que le interesa sin necesidad de moverse del sitio. Con esto contribuye a hacer desaparecer el centro de Arte como tal, reemplazando el concepto de ciudad del Arte, muy unido al mercado, por una idea más global del mismo.

Esta evolución ha llevado al Arte a su propia destrucción a favor de la creación de la Industria del Arte. La valoración económica de la obra artística es ahora casi el principal motivo por el que hacer Arte. Y como Hughes apunta, “hemos llegado a dar por sentado que el arte debe tener unos precios de locura: parece normal que su cotización deba violar nuestro sentido de la decencia” (Pág.31).
Al introducir el mercado en el campo del Arte, nos hemos condenado nosotros mismos a no poder contemplarlo: los museos, las exposiciones monográficas y temporales, y la recuperación de las grandes obras del pasado para enviarlas por todo el mundo, hacen imposible concebir un centro, una capital donde emigrar a formarse completamente. Todo está en venta.





Fundamentalmente esta época ha sido una década infame y deshonesta para el arte. [...] Pero tal vez uno de sus resultados positivos sea que por fin nuestras mentes queden limpias de las resacas de la cultura imperial. [...]
En las actuales circunstancias, un gran artista puede aparecer con la misma facilidad –y de improviso- en Hungría, Australia o Nueva York
.” (Pág.41)







La creencia en el proceso artístico es una reliquia fosilizada


Robert Hughes. A toda crítica. Ensayos sobre arte y artistas. Traducción de Nothing of Not Critical (Nueva York, 1990) de Alberto Coscarelli.
Ed. Anagrama. Barcelona, 1992. (1987) [Pág. 35]

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